Este cuento me recuerda mis inicios en internet, de eso hará ya unos 20 años...
Yo, un Internet adicto
Oscar A. Prada
- El primer paso para tu recuperación lo estás dando ahora, al reconocer
que estás enfermo y buscar ayuda para curarte -
El tono comprensivo de su voz al decir estas palabras, su mirada
condescendiente, el brazo extendido en dirección a mí, todo en el me inspiraba
confianza y me invitaba a seguirle contando. Y yo necesitaba contárselo.
- Tenemos que llegar al fondo del problema para poder atacar sus causas.
Solamente así te vas a curar - siguió diciendo Fernando.
Fernando era mi psicoanalista. En realidad, era más que eso, era mi mejor
amigo. Cuando mi mujer, hace ya cinco años atrás, empezó con sus depresiones lo
fuimos a ver por recomendación de otro amigo. Las sesiones que tuvimos los tres
en esa época salvaron a mi mujer y a nuestro matrimonio, que había empezado a
resquebrajarse por las continuas peleas. Le ofrecimos nuestra amistad y él la
acepto, pero no sin antes advertirnos que no podría volver a psicoanalizarnos.
Ahora, al cabo de cinco años, rompía ese juramento. Cuando le explique por
teléfono de que se trataba, se interesó por mi problema y me dio un turno para
el día siguiente. Había oído hablar de la Internetadicción en un seminario,
pero yo era el primer paciente con ese problema. Además, me atendería gratis.
De todas maneras, yo no podría haberle pagado las visitas, ya que mi enfermedad
me había llevado a la ruina económica.
- Contáme desde el inicio. ¿Cómo empezó todo? - me dijo en tono de
confidencia.
- Empezó en mi trabajo. Ahí usábamos el correo electrónico diariamente
para comunicarnos con colegas. Nos enviábamos documentos, citas a reuniones,
protocolos, todo eso. Un día, me instalaron un programa para
"navegar" por el "espacio cibernético", o World Wide Web,
como también lo llaman -
- Me vas a tener que explicar que es todo eso. Acordáte que yo de eso no
se prácticamente nada - me exhortó Fernando.
- Yo no conozco muy bien los detalles técnicos - confesé - pero se trata
de una herramienta para buscar información en una red internacional de computadoras
a la cual están conectadas las computadoras de mi empresa: la Internet. La
información que buscás puede estar en una computadora en cualquier rincón del
mundo. Si encontrás una punta en alguna máquina, podés seguir el hilo hasta
llegar a encontrar la información específica que necesitás. A eso le llaman
"navegar" por el espacio cibernético. ¿Entendés? -
- Creo que algo voy entendiendo. ¿Y te servía para tu trabajo? -
- Al inicio, nos pareció interesante. Podíamos acceder a un montón de
información que de otra forma nos hubiera tomado semanas encontrarla. Agilizaba
bastante el trabajo. Sin embargo, pronto empezamos a meternos por lugares con
información menos útil: las fotos de chicas de Playboy, los museos de arte, las
bases de datos sobre deportes, hay de todo lo que pidás. Al final, el tiempo
que ganábamos al buscar la información, lo perdíamos viendo estupideces. Un día
se me ocurrió buscar algo sobre Argentina. Llegue a un lugar con información
sobre el país, fotos turísticas y la trucha del Presidente. Me sentía
emocionado y no era para menos. Después de casi veinte años viviendo en Suecia,
gracias a la técnica moderna, podía acceder a información sobre mi país en
pocos segundos.
Seguí buscando y encontré noticias, dibujitos de Mafalda, chistes de gallegos,
de todo. Me sentía como si nunca me hubiera ido. De repente estaba todo tan
cerca y no a quince mil kilómetros de acá -
- ¿Pero hasta ese momento no te habías puesto en contacto con nadie, no?-
- No, pero leí en varias partes sobre una lista de argentinos y de un
cafetín.
Sin comprender que era eso, saqué una lista con nombres y datos personales de
los participantes en la lista de los argentinos. Eran como doscientas páginas
llenas de nombres, direcciones de correo electrónico y otros datos de argentinos
residentes en el extranjero. Empecé a mirar los nombres para ver si veía alguno
conocido, sin éxito. Ahí encontré la forma de integrarme a la lista o cafetín,
como le llamamos. Envíe mis datos y al poco tiempo estaba recibiendo
correspondencia electrónica sobre los más variados temas, de argentinos
desparramados por todo el mundo -
-¿Cómo funciona eso? -
- Vos mandás una carta a la dirección electrónica del café y esa carta se
distribuye a todos los otros participantes. De esa manera, vos también podes
ver las cartas que los otros mandan. Se arman discusiones donde participan
varios miembros, se pide y se distribuye información, se rememoran cosas de
cuando éramos chicos. Al inicio, es muy lindo -
- ¿Te sentías acogido por el grupo? -
- Bueno, al inicio solo leía lo que otros mandaban. Un día me decidí a
probar y mandé mi opinión sobre algo que se estaba discutiendo. No me acuerdo
que era. Pensé que iba a recibir alguna respuesta, como veía que pasaba cuando
algún otro opinaba algo, pero no paso nada. Me dió un poco de bronca porque
sentía como que me ignoraban. Luego escribí una carta con algo que seguramente
iba a provocar algunas reacciones, y así fue. Recibí varias respuestas a través
del cafetín y otras por vía privada. Algunos estaban a favor de lo que yo había
expresado en mi carta y otros estaban en contra y bastante enojados -
- ¿Y eso te hizo sentir importante? -
- Si, fue como un "kick". Conteste algunas de las cartas que me
habían llegado y al ratito vinieron nuevas respuestas. Seguí mandando cosas, más
o menos profundas. Todos los días tenía más de cincuenta cartas en mi buzón.
Tenía que leerlas y tirarlas ese mismo día, porque si no, se amontonaban y
atascaban la computadora. Además, con algunos de los participantes empezamos a
cartearnos por vía privada -
- ¿Qué es eso de la vía privada? -
- A pesar de que las cartas pasan por el cafetín, siempre llevan la
dirección electrónica del que las envío. De esa manera, podés escribirle
directamente a esa persona, sin que los otros del café se enteren de lo que le
decís. Me pareció una linda forma de entablar contacto con gente que tenía algo
en común conmigo: vivíamos en el mismo barrio, íbamos al mismo colegio, éramos
hinchas del mismo club, esas cosas, ¿viste? -
- ¿Y empezaste a descuidar tu trabajo? -
- ¡Claro!, tenía que responder muchas cartas y pensar lo que les iba a
contestar me llevaba bastante tiempo. No me podía concentrar en lo que estaba
trabajando y esperaba ansioso a que la computadora me anunciara la llegada de
nuevas cartas. Y eso que la mayor parte de las cartas, llegaban durante la
tarde y la noche, cuando yo ya no estaba en el buró, por la diferencia de
horario. Como muchos de los que participan viven en los Estados Unidos y en
Argentina, no se ponen activos hasta la tarde. Eso me frustraba. Sentía que me
perdía de participar en discusiones o que otros me robaban las respuestas que
yo podría haber enviado si hubiera estado en el trabajo a esa hora -
- ¿Pero no podías pasarte todo el día en el trabajo, no? -
- Si hubiera podido, lo hubiera hecho. Me escapaba a otro mundo, sin los
problemas del trabajo ni las aburridas tareas domésticas. Mientras tanto, la
pila de trabajos aumentaba y en casa desatendía mis obligaciones para con mi
familia, ya que estaba con la mente en ese otro mundo. Pero, si no podía estar
todo el ida en el trabajo, podía llevarme la Internet a la casa -
- ¿Cómo? -
- Con el pretexto de que sería útil para el desarrollo escolar de los
niños, compramos una PC para el hogar. Completa, con impresora, módem para
conectarla a Internet a través del teléfono, CD-ROM, todo. En el precio entraba
una suscripción por un año a Internet. Cuando la familia se iba a dormir, podía
seguir con lo que había estado haciendo todo el día en el trabajo. Trabajaba
horas extras, ¡je! Ahora podía participar de las discusiones hasta altas horas
de la noche. Vivía cansado. No tenía fuerzas para jugar con los pibes, ni para
hacer el amor con mi mujer. Empezaron nuevamente las peleas con ella. Después
de las discusiones, yo me refugiaba y buscaba el consuelo del café. A los tres
meses, no aguantó más y se fué. Se llevó a los chicos, la ropa y algunas cosas más
y me dejó solo, con mi PC. No puedo decir que lo lamenté. Ahora iba a tener más
tiempo para dedicarme a mi hobby, sobre todo ahora que había descubierto el IRC
-
-¿Qué es el IRC? -
- Es una especie de "hot line", un lugar de encuentro donde
podes "hablar" con varias personas a la vez. No hablas de verdad,
sino que envías mensajes que llegan inmediatamente a los que están conectados
al mismo canal que vos. Hay distintos canales para tratar diferentes temas y
también hay uno dedicado a la Argentina. Cuando te conectás al canal, elegís un
seudónimo, que es como te conocen los demás. Lo que más me divertía era hacerme
pasar por quien no era. A veces me hacía pasar por una chica, otras por un alto
ejecutivo, un facineroso, un maricón o un pibito. Los que me identificaban,
porque ya me conocían, me seguían la corriente y siempre había algún ágil que
se enganchaba y me creía todo lo que decía -
- ¿Te sentías poderoso desde el anonimato? -
- A veces me enojaba con alguno y lo puteaba de arriba a abajo. Otras
veces, cuando había alguna piba conectada; me ponía romántico y le mandaba
besos electrónicos. Siempre me las imaginaba lindas y enamoradas de mí. A los
hombres, en cambio, los consideraba competencia y me amargaba si alguno se
"levantaba" a alguna de "mis chicas". Algunas veces caía yo
también en la jugarreta de otro haciéndose pasar por una piba. Cuando me daba
cuenta, me mufaba para el resto del día -
- ¿Te habrás gastado un dineral en llamadas telefónicas, no? -
- Cuando me llegó la cuenta del teléfono, no lo podía creer. No veía la
relación, si yo casi nunca hablaba por teléfono. Tarde un rato en darme cuenta
que era por la conexión a Internet, pero mientras tenía trabajo la podía pagar.
Cuando me echaron, se puso más difícil la cosa -
- ¿Y por qué te echaron? -
- Como dormía poco, comía mal, me la pasaba leyendo los mensajes o
conectado al IRC, no cumplía con mis tareas. Además me había vuelto agresivo y
no quería que nadie interrumpiera mi entretenimiento con órdenes o preguntas.
Mis compañeros de trabajo me odiaban y eso hacía que me metiera más en ese otro
mundo. Al final, me llamó mi jefe y me empezó a criticar. Yo me enfurecí y lo
agarré del cuello. Si no me sujetan dos que pasaban casualmente por la puerta
de su oficina, creo que lo hubiera matado. No me denunció a la policía, pero me
hizo firmar la renuncia ahí mismo -
- ¿Hasta ese momento, no sospechabas nada de que estabas mal? ¿Cómo te
diste cuenta de que estabas enfermo y necesitabas ayuda de un psicólogo? -
- Un día, después de participar en varias acaloradas discusiones del
cafetín, recibí una carta por vía privada de un médico argentino. Me dijo que
había estado observando mi participación en el café desde hace algún tiempo y
que pensaba que debía ir a un psicólogo. ¡Pobre tipo! Le mandé varias cartas
que ahora me dan vergüenza. Llenas de insultos, lo acusaba de estarme espiando
y le decía que no se metiera adonde no lo habían llamado y esas cosas. No me
contestó y creo que se borró del cafetín.
También debe de haber cambiado su dirección. A la noche, cuando me fui a
dormir, seguía enfurecido. Cuando me estaba quedando dormido, sentí la voz de
mi subconsciente que me decía clarito: "tiene razón". Me desperté
sobresaltado, como cuando te parece que están entrando por la ventana para
robarte. El corazón me latía a mil por hora y sudaba. Me dije a mi mismo:
mañana lo llamo a Fernando apenas me despierte. Pero a la mañana me había
olvidado de lo pasado durante la noche y como de costumbre, prendí la
computadora apenas me levanté. No me acordé durante todo el día, pero a la
noche volví a sentir lo mismo que la noche pasada. Me levanté y puse un cartel
grande sobre el teclado de la computadora: "¡llama a Fernando!" -
- Creo que por hoy es suficiente. Dejáme pensar un poco que tratamiento
vas a seguir. Volvé mañana a la misma hora. Y no te digo que tratés de
abstenerte, porque sé que no lo vas a hacer -
Cuando uno piensa en un consultorio de psicoanalista, se imagina
inmediatamente un diván negro y el psicoanalista sentado junto a la cabecera
del mismo en un banquito, fuera del campo visual del paciente. El consultorio
de Fernando no es así, para nada. Es un departamento, en un edificio bastante
antiguo en el centro de Estocolmo. Se llega a él por un ascensor pequeño que
sube, lentamente y a los rezongos, los cuatro pisos oscuros y silenciosos. La
gruesa puerta de madera deja paso a una antesala con un baño y un colgador de
ropa. La salita de espera, con algunas revistas viejas y deshojadas, huele a
café rancio y a humo de cigarrillo. La oficina en sí, cuenta con una ventana
que ofrece una bella vista del lago. El diván y el banquito han sido reemplazados
por dos cómodos sillones de cuero negro, donde nos sentamos a conversar. Nos
servimos una taza de café cada uno y mientras revolvíamos el azúcar en el
oscuro brebaje, me dio su veredicto:
- Estas muy mal - me dijo - pero tenés cura. Si seguís mis consejos al
pie de la letra, te vas a sacar esa manía de encima rápidamente. Tenés que
hacer un viaje, conocer gente nueva, realizar nuevas experiencias, estar
desconectado por un tiempo de la Internet -
- Si, suena lindo, ¿pero con qué plata? -
- Vas a tener que vender tus chiches. Aunque te de pánico ahora, es la
única solución. Vendé todo y vas a tener plata suficiente para viajar a algún
lugar alejado, aislado de las computadoras y la red -
- ¡No voy a poder! Sé que no voy a poder, Fernando. Voy a llegar a la
casa y me va a atrapar, me va a pedir a gritos que no la venda. Me van a faltar
fuerzas para hacerlo. Toda mi vida gira alrededor de ella! - dije, casi
sollozando.
- Lo sé. He visto muchos casos como el tuyo. La gente se da cuenta de que
algo les hace mal, pero temen perderlo, por el hueco que les va a quedar cuando
"eso" haya desaparecido. Lo mismo que vos sentís por tu computadora,
lo siente el fumador, el alcoholista y el drogadicto. Por eso, he pensado un
plan. ¡Poné atención! - Me ordenó con voz suave.
- Soy todo oídos, doctor - le conteste, un poco burlonamente.
- Prepará una valija con tu ropa. Yo te busco un pasaje y lo compro a tu
nombre. Mañana te paso a buscar por tu departamento y te llevo al aeropuerto.
Después voy a tu casa de nuevo y saco la computadora. La vendo y así recupero
el dinero del pasaje. Cuando volvás, no la vas a echar de menos, vas a ver -
Las playas del norte de Mallorca, durante el invierno, despobladas y
azotadas por el viento, llenaban de calma mi espíritu. Me sentaba en la arena a
contemplar las olas que rompían contra unas rocas bajo el cielo gris. A mi
lado, envuelta en un poncho de lana, se sentaba Eva, mi amada Eva. La abrazaba
para brindarle calor y proteger su cara del azote de millones de granos de
arena, arrastrados por el viento. Permanecíamos allí por horas, hasta que el
hambre y el frío nos obligaban a regresar al hotel.
Durante esas cuatro semanas, descubrimos que la vida no se termina a los
cuarenta, que es posible amar después de haber amado durante años a otra
persona. Llegamos por separado, pero ahora volvíamos juntos, dispuestos a
probar si ese amor de vacaciones también resistiría los embates de la
convivencia diaria. Nos separamos en el aeropuerto, pero con la promesa de llamarnos
por teléfono al otro día. Yo estaba ansioso por contarle a Fernando lo de Eva y
todo lo maravilloso que me había sucedido durante esas vacaciones. Le llevaba
una botella de whisky y una caja de habanos cubanos, comprados en el Tax-free
del aeropuerto de Palma.
Eran las seis de la tarde cuando llegue a su consultorio. A esa hora, ya
habría atendido a todos sus pacientes y estaría escribiendo los diarios. La
puerta estaba sin llave y entré calladamente a la antesala, para darle una sorpresa.
Entreabrí la puerta de su oficina y me quedé paralizado por lo que vi: los
tarros de coca y las cajas de hamburguesas desbordaban el papelero. La tazas de
café se amontonaban sobre el escritorio del antes tan pulcro local. Fernando
lucía unas profundas ojeras y una sonrisa perversa se dibujaba en sus labios,
de donde colgaba un cigarrillo apagado. Sus dedos bailaban frenéticamente sobre
el teclado de mi ex computadora, al ritmo de las luces verdes y rojas del
módem. Ojalá que alguien, alguna vez, le haga notar que está enfermo, pensé
para mí mismo. No se dió cuenta de mi presencia. Cerré la puerta y baje en el
ascensor con la mente en blanco. Afuera empezaba a nevar.
FIN